Mis abuelos, maternos, vivían enfrente de mi casa; solo tenía que cruzar un pasillo alargado para acceder a mi refugio, donde me escondía de lo que me hería. Muchas mañanas, llamaba a la puerta, mi abuela abría la puerta."¿Y el abuelo?, preguntaba", "Duerme", contestaba pacientemente, mi abuela. Ahora, cada vez que entro en el dormitorio de mis abuelos, vuelvo a ser la niña de seis años, que despertaba a mi abuelo, Leoncio. Ilusionada, feliz, contagiada de inocencia; que ya he abandonado en el basurero del ayer, imposible de reciclar. Me asomo al espejo, me pregunto¿Si mi abuelo estaría orgulloso de mí? No seguí la norma: no me he casado, ni he tenido hijos; vagabundeo de trabajo en trabajo; y amo escribir. Debería saltar dentro del espejo, viajar hasta la frontera, muda, de la"Dictadura" en la que le obligaron a vivir, para explicarle que las mujeres somos libres para decidir. Tal vez mi abuelo lo entendiera, o tal vez no.
Ana Tapias
Ana Tapias