martes, 31 de mayo de 2016

Cada vez

Miabuelos, maternos, vivíaenfrente de mi casa;  solo tenía qucruzar un pasillo alargado  para acceder a mi  refugio, donde me escondía de lo que me hería. Muchas mañanas, llamaba a la puerta, mi abuela abría la puerta."¿Y el abuelo?, preguntaba", "Duerme", contestaba pacientemente, mi abuela. Ahora, cada vez que entro eel dormitorio de mis abuelos, vuelvo a sela niña de seis años, que despertaba a mi abuelo, Leoncio. Ilusionada, feliz, contagiada de inocencia; que ya he abandonado eel basurero del ayer, imposible de reciclar. Me asomo al espejo, me pregunto¿Si mi abuelo estaría orgulloso de mí? No seguí la norma: no me he casado, ni he tenido hijos; vagabundeo de trabajo e trabajo; y amo escribir. Debería saltadentro del espejo, viajar hasta la frontera, muda, de la"Dictadura" en la que le obligaron a vivir, para explicarle que las mujeresomos libres para decidir. Tal vez mi abuelo  lo entendiera, o tal vez no.

Ana Tapias

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