Amador, perdió a su padre, Manuel, cuando apenas
contaba dos años. Su madre, Florencia,
tuvo que ponerse a trabajar como ayudante en una pastelería, sólo con un riñón.
Sus tres hijos, trabajaron, desde pequeños, en lo que
pudieron. Mi abuela, vendía caramelos, en los soportales de la plaza mayor
de Segovia, junto a su abuela. Los ojos verdes de esa niña con pelo rizado,
rubio y de prometedores palabras; atraerían a los segovianos pudientes. Con los reales que sacaran comprarían alimentos. Imagino
que los inviernos, debieron ser largos y duros, pues en los años veinte no había
calefacción, sino carbón, que muchos dias no tendrían. Amador, se crio en
un barrio, donde los domingos por la mañana de verano, al dejar el balcón
abierto, olía a pan recién hecho; donde las vacas, eran ordeñadas a unos metros
de su casa; donde el zapatero, hacía manualmente formas a los clientes; donde
los coches, eran una apuesta de futuro. En la guerra, fue conductor de camiones,en el bando que
le tocó luchar. Los obreros no podían rebelarse, y más aún si tenían familias a
la que mantener. A los seis años de terminar la guerra, su madre murió.
Amador, la sobreviviría 16 años más. A los cuatro meses de casarse, cuando su
mujer yacía postrada en una cama, tras perder al hijo que esperaban, con 40 años, un derrame cerebral, le dejó sin vida. Acaba de comprarse su propio taxi. Y yo, su sobrina nieta, pasados tantos años de su efímera existencia; necesito abrazar
su memoria; porqué sus ojos son los de
mi abuela, los de mi madre, los de una de mis hermanas; los de una
de mis sobrinas; porqué el tío Amador fue un hombre bueno, que luchó,
que trabajó, en una época donde soñar no era fácil.
Con todo mi amor a la memoria de mi tio Amador Heredero Sanz
Ana Tapias ( todos los derechos reservados)©
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