Soy de esas personas, que confío más en lágrimas que en las pastillas. No quiero domesticar, mi sufrimiento. Me acostumbre, desde adolescente, a llorar a solas. Nunca supe bien, qué hacía en este mundo, y sigo sin saberlo; no consigo encajar, como millones de personas con vidas ordenadas por la rutina de trabajos imperfectos y relaciones perfectas, adosadas a casas con hipotecas. Mis lágrimas, siempre han pasado de puntillas para mi familia; en la que nunca he encontrado mi espacio; tal vez, por ser tan diferente a mis dos hermanas con trabajos fijos, hijos geniales, y maridos que las aman. Anoche, con el olor de la lluvia, me asomé a la terraza de la cocina, buscando a Lorenzo; del que, me enamoré a los ocho años. Era el nieto de doña María, la vecina de al lado; nuestras terrazas estaban separadas por unos cristales; a través de los cuales saltaban nuestras palabras de niños. Y lloré, sabiendo que alguien me escuchaba."Espero que la vida te haya ido mejor que a mí", le susurre, con mi mano en la barandilla necesitando la suya, que desaparecía entre el sudor de mis porqués. Lloré por cosas que de niña no entendía. Lorenzo, me invitaba a seguirle hacía las estrellas de la utopía, que luchan, cada día, por no dejar de brillar en la oscuridad.
A mis amigas Idoia y Sara que me escuchan
A mi amigo Carlos, que me escucha.
Gracias por entender por mis lágrimas
Ana Tapias
(tdos los derechos reservados)©
A mis amigas Idoia y Sara que me escuchan
A mi amigo Carlos, que me escucha.
Gracias por entender por mis lágrimas
Ana Tapias
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