En un vagón del metro, todos somos dioses y demonios; todos somos héroes y verdugos; todos somos soles y lunas; todos somos amaneceres y atardeceres; todos somos nosotros y ellos; todos somos atractivos y feos; todos somos espejos y charcos. En un vagón del metro, las miradas se pierden entre rostros sin sentido, sin dirección, sin fin; que olvidaremos en la siguiente parada, cuando entren nuevas vidas a las que interpretar. Una mujer, llamó mi atención, rondaría los sesenta y pico; era alta, pelo blanco corto, gafas de sol, manos grandes, pantalones rojos, sandalias con pies desnudos y uñas sin pintar; en un momento del trayecto, sacó una libreta pequeña y un bolígrafo, se puso a escribir ajena a las estaciones, a los silencios, a las pausas, a los paréntesis; se concentró en su soledad, para no perder el equilibrio de estar viva, de seguir soñando, de ser fiel a su vocabulario. No puede observar su mirada, permanecía escondía detrás de unos cristales opacos, que encerraban el misterio de su osadía, de ser una escritora, en busca de un destino, que llegó, para seguir la senda de las palabras, que la condujeron a una calle, donde volvería a ser ella.
Ana Tapias( todos los derechos reservados(©
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