Me conmueven estas escuetas palabras, escritas en Madrid, el 12 marzo de 1928; donde Pepita; una niña, de unos tres años, vestida de cateta, como diría mi abuela, Encarna, posa para la posteridad, sobre una silla. Es una fotografía-postal, que le llegó a mi tía María, quien conocería a sus padres. Me gusta pensar, que Pepita, tuvo una vida feliz; a pesar de las amarguras de la guerra, que la pilló en el Madrid resistente, con trece o catorce años; que en la cruel postguerra de la autarquía, encontró un marido( la dictadura, encarceló a las mujeres dentro de sus casas, para ser abnegadas, dóciles, secundarias del hombre; a quien cuidar, a quien servir, a quien sostener), que no la traicionó, que la no vendió, que no la entregó, a la desdicha; que tuvo hijos, que la amaron, la respetaron, la cuidaron hasta el final de sus días. Pepita, me acompaña en mi rutina de la memoria; es para mí, una tía-abuela, enmarcada en el siglo pasado; a quien hablo, desde este siglo, anclado en la soledad de la rutina, que anhela una esperanza para sonreír. Pepita, me escucha, me entiende, me apoya; desde su sombra del tiempo.
Ana Tapias (todos los derechos reservados)
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