Veo sus rostros,
rostros de mi infancia, rostros de mi adolescencia, eran niñas, eran
adolescentes, que nunca se cansaron de reírse, de burlarse, de acosarme, con
sus actos, con sus gestos, con sus palabras, que invadían mi cuerpo de lágrimas,
que me ahogaron aquellos años; y a las que he de sobrevivir, en mi madurez, día
a día, noche a noche, donde mis pesadillas, recuerdan sus nombres, sus
apellidos; que me despiertan, sintiéndome, tan mal, como en aquellos años,
donde ir al colegio, era una tortura, que parecía nunca iba a terminar. Mis
profesores, nunca hicieron nada, por protegerme; mi familia, no era ni
valiente, ni pudiente; se sometía con disimulo a los agravios, hacia una niña
sin mucha inteligencia y poco agraciada físicamente. Marta, Beatriz, Teresa,
Esther, Virginia, Cristina, Arancha, Isabel; son nombres que asesinaron mi
adolescencia y parte de mi madurez; y nunca irán a la cárcel por ello. Mientras
mi cuerpo, vagaba sin acierto, por los laberintos del dolor, que sigue sobre
mí, cada vez, que las veo en las calles, de mi pequeña, ciudad. Aquellas niñas,
hoy mujeres, me observan con detenimiento, algunas incluso se ríen delante de
mi sufrimiento, que es un eco, de su maldad, que respirará en mi memoria hasta
mi último día.
El maltrato,
el acoso, que sufrí, nunca lo perdonaré, como tampoco a Marta, a Beatriz, a
Teresa, a Arancha, a Esther, a Virginia, a Cristina, a Isabel.
Ana Tapias (
todos los derechos reservados)
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