Camina
lento, pausada, sin prisas; con sus setenta y cinco años a cuestas, más el pienso, para sus gatos sin hogar; que
esperan su mano protectora; que alivia su hambre; que aleja su sufrimiento; que
vigila su mirada; de las ausencias, de una familia, que los cuide del viento,
de la lluvia, de la nieve, del calor, de la ira, de ciudadanos, a quienes
molestan, por tener nada; pero ella, extiende
su corazón hacia ellos; acariciando sus cuerpos desnutridos, sus cuerpos doloridos,
sus cuerpos maltrechos, por la supervivencia en las calles; que son inhóspitos espacios
para la alegría, para la seguridad, para el equilibrio, de sus cuerpos
endebles, que en cualquier momento, pueden ser atropellados por el destino; pero
ella, nunca se rinde, siempre acude, a su cita, con sus gatos, con los que
vuela hacia el horizonte cada atardecer.
Con admiración y cariño a Soledad
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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