domingo, 4 de febrero de 2024

El pueblo de mi padre

 Siempre he tenido la pena de no tener un pueblo, donde acércame a la naturaleza; donde abrazar el silencio; donde escuchar el canto de los pájaros; accedía al otro mundo, cuando viajábamos (mis hermanas y yo) al pueblo de mi padre; que permanecía escondido en nuestra rutina de colegio, y se volvía visible los sábados, los domingos, los días de fiesta; acudíamos a visitar a mis abuelos; dos seres cargados de magia; hechos de labranzas; configurados en la trashumancia, que mi abuelo, como pastor ejercía; mis andanzas en el pueblo, me llevaron a introducirme en la vida de mis abuelos, a los que nunca terminé de conocer del todo( éramos muchos nietos, y todos querían colonizar su sentimiento); mis abuelos, murieron sin pedir permiso, muy rápido, secuestrados por el paso del tiempo; que se balancea en mi recuerdo, cada vez que acudo al pueblo. Su  casa por desacuerdos de los herederos, fue vendida a extraños, pero el alma de mis abuelos, siempre quedará bajo esas paredes ahora reformadas por dos seres, sin compromiso, con el horizonte; al cual abrazo, cada vez que voy al pueblo, y me acerco al terreno, donde tantas veces,  mis abuelos ordeñaban vacas, reían en la huerta, cantaban bajo las estrellas; me acerco a ellos, desde la parcela de al lado, que todavía es de mi padre; si no lo hiciera estaría traicionando a su memoria; que se alegra, cuando niña con miedo a los animales, encuentra en sus orígenes un motivo para seguir soñando.

A la memoria de mis abuelos: Saurnino y Evarista, os quiero.

Ana Tapias( todos los derechos reservados)©



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