martes, 6 de septiembre de 2016

Soledad de un semáforo

A mis ojos, les costaban hacerse a la idea  que estaba amaneciendo;  que otro día más debía ir al trabajo; que la vida no se había terminado en mi almohada La calle amanecía desolada por las ausencias; impertérrita ante las huellas congeladas del día anterior. Al fondo, algo brillaba; estiré mi mirada, alcancé a ver un semáforo verde; nadie le consolaba por no poder rebelarse. A mis ojos, les penetró una aguda tristeza, lloré, seguí caminando. "Yo tampoco me rebelo", pensé.

Ana Tapias

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