A las ocho menos cuarto, los sonidos llegan a cuenta gotas como si fueran débiles emociones pautadas por la rutina. Oigo campanas, su latido se incrusta en mis pestañas, que son las tejas del pensamiento en mi rostro. Quiero posarme, balancearme, acunarme, en su latido de besos inciertos; de amaneceres sin destino; de lágrimas dibujadas en la rutina; de rostros cubiertos de neblina, por el paso del tiempo de los cementerios sobre ellos. A las ocho menos diez, llega el silencio a mi figura de campana.
Ana Tapias
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