El Acueducto divide la ciudad en dos, en parte de su recorrido hay viviendas a uno y otro lado. Llegando a la calle Almira, dos casas llaman mi atención. Una de ellas, tiene un cartel que anuncia que se busca compradores; la otra está cuajada de grietas. Puestos a imaginar, tal vez las grietas fueran debidas al desgaste que sufrieron las paredes. El matrimonio dueño de la casa, arañaba la pared con la escalera que apoyaba cada hora, para contemplar la evolución del sol sobre el arco. Pasaron los años, las canas llegaron, no tuvieron hijos, pero, si muchos sobrinos, a los que no importa el arco, ni su historia; quieren deshacerse del solar, para olvidar las fotos arrugadas que sus padres conservaban en la mesilla; anhelan irse de viaje para no pensar que todo llega.
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