Busco a Pio Baroja en mi cansancio, en mi noche, en mi fatiga de rutina. Buceo entre sus palabras, que se convierten en consuelo a mis lágrimas, nunca confesadas. Una foto de Müller de 1951, me acerca sus manos, que escriben en un libro. Tal vez, fuera una pose para el fotógrafo. Esas manos limpias, sosegadas, ausentes de tinta; me llevan a su imaginación, a su paraíso interior, a su lucha por trasmitir su verdad, esa que emociona mis anhelos, mis sueños, mis devaneos de ser escritora. Las manos, ya cansadas, ya ancianas, ya fumigadas, de Pio Baroja; dan sentido a mi fe, a mi religión, a mi no ateísmo en cambiar el mundo.
Ana Tapias
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