martes, 27 de septiembre de 2016

Soledad

En la esquina de mi vida, oí  un ruido pequeño, absorbente, difuminado por la contaminación. Descubrí a una hoja camuflada en un banco de madera de un parque. Me estremecí, lloré, quise besarla por no atacarme, por no herirme, por no  hacerme sentir como una inútil, como tanta gente, lo hace, a lo largo del día. La cogí entre mis manos, buscaba su consuelo, su compañía, su ayuda; la iba a meter en un libro que llevo en el bolso; cuando imaginé  que sería más feliz libre.  No sabía cómo despedirme de ella, no la dije nada; empecé a caminar lentamente, algo me retenía en aquel lugar: me giré perezosa, encontré que había caído otra hoja. "Podrá comunicar su crucigrama de emociones a alguien, no como yo", pensé.

Ana Tapias

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