Reconozco que me cuesta volar. Chocó una y otra vez, contra el mismo muro, a quien nunca bautizo. Lloro, siempre lloro, silenciosamente, mientras mi boca, esboza una sonrisa, al compás de mis sonidos tartamudos. No soy fuerte, pero, como espinacas para sobrevivir, a la envidia, al egoísmo, a la tetraplejia de compañeras, que han olvidado, que volar es una heroicidad, en tiempos donde sólo triunfa quien camina atado.
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