Mi abuela materna, Encarna, los domingos cocinaban conejo, que todos comian menos yo. No soportaba la idea de masticar, alegremente, al animalito que corria por el campo verde, con sus orejitas grandes; que devoraba zanahorias en los dibujos animados; que me recordaba a mi primer peluche."Hambre tenías que pasar", remendaban mis abuelos, que sufrieron la escasez de alimentos en los años de la guerra civil y la postguerra. Imaginaba otra guerra civil, donde no me quedaría más remedio que devorar hormigas, saltamontes, gatos, perros, ratas y conejos. Pasados los años no he entrado en razón, sigo sin comer conejo pese a que su envoltorio es sofisticado y fácil de digerir, antes veia al conejo sin pelmo colgado en la terraza. El plástico que envuelve al conejito sigue significando para mi la libertad del campo tiroteada.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)
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