En realidad, no sé si tengo derecho a llorarla, a sentir su muerte
prematura; pues, he pasado con ella, sólo dos veranos de mi adolescencia. Pero,
no dejó de pensar, en las dos últimas veces que la vi. La primera vez,
estábamos en una superficie comercial; donde
encontrarse en un mostrador, es obra de la necesidad, o, tal vez, tenía que verla para no olvidarla.
Nos situamos, la una enfrente de la otra; cada una, con una amiga
diferente. Esperando a ser atendidas por una comercial. Me metí dentro
de su pensamiento. Sabía, que había estado ingresada en el Hospital
por una pulmonía; nunca imaginé que era una enfermedad terminal, lo que
marcaba su rostro tan triste, tan agonizante de felicidad, tan inmerso en su
destino. Ella. era la elegida para ser sacrificada por la vida; a veces, me
siento culpable de que fuera ella y no yo. Cambio mi recuerdo de aquellos
minutos, los últimos que estuvimos juntas. Me acercó a ella, la saludó, la
abrazo fuertemente, la insisto que siempre la he echado de menos; que en mi memoria nunca han pasado los años; que las arrugas no marcan mis pasos; que sigo
siendo aquella adolescente que la quería. Me abraza, llora, no puede hablar. Salgo de mi cambio de recuerdo. Al irse, esboza una sonrisa; a lo mejor me la dedicó. La segunda vez
que la vi; su rostro estaba oculto. Iba caminando, sentí su presencia en la
terraza de un bar. Tomaba algo junto a un hombre con gafas. Tampoco me atreví a
saltarme el protocolo de los años para abrazarla. Sus ojos miraban hacía mesa.
Su cuerpo había adelgazado. La muerte la devoraba sin remedio. La vi guapa.
Estos días, que su familia la llora, la anhela, la reza. Yo a pesar de los años
sin ella, la siento al lado de mi recuerdo.
Nunca te olvidaré
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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