Cada día, nos asomamos a la realidad más vacunados contra la violencia. En
un barrio de Segovia, en San Lorenzo; un joven fue golpeado en el fragor
de una verbena, tan sólo, porqué dio un
empujón a otro. Esta violencia local, se suma a la violencia diaria contra las
mujeres; en cualquier lugar del mundo, que nunca sabremos y que yace olvidada
entre las lágrimas y la sangre de las víctimas. La violencia extrema son las
guerras, que tampoco conocemos con exactitud los frentes abiertos; las
trincheras imposibles de cuantificar encerradas, en esos países, que ignoramos por
qué no viajamos, ni viajaremos nunca, Pero, si hay otras guerras que nos
llegan; así, la Guerra en Siria, que sigue y no acepta treguas; cuyos muertos, sólo hablan entre ellos, por miedo a ser de nuevo asesinados. La Guerra en
Yemen, que se prolonga desde 2015; no deja de fabricar inocentes sin vida.
Siempre nos duele más cuando estos son niños. El 9 de agosto, un ataque, ha producido 50 muertos, entre ellos niños. Veo sus fotos sufriendo, sin
entender el porqué de su dolor y naufrago en su sufrimiento. Me tumbo a su lado
en la camilla; los agarro de la mano; curo sus heridas; me
hago eco de sus lamentos; agonizo en su respiración. La violencia nos mata a
todos; por eso, hemos de crear un mundo sin ella; buscar el diálogo en vez del enfrentamiento;
soñar con una sociedad sin fronteras de lágrimas, sino de pasaportes de
sonrisas; asumir que las balas, las bombas, los ataques químicos han de ser
desterrados del afán de venganza, la única venganza posible es el perdón.
Ana Tapias( todos los derechos reservados))©
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