Cada tarde, desde que crecieron las crías de las cigüeñas; observo exhausta, concentrada, sumisa, cómo las pequeñas aves, que emigraran pronto, abren sus alas, con pausas, acariciando la idea de volar, sobre el horizonte, y no estrellarse contra la realidad; que las convertiría en aves con un cuerpo largo, con un pico rojo, con unas patatas finas, con las que caminar en el asfalto de los sueños rotos; donde miles de seres, lloran en silencio; donde miles de seres, susurran vocales y consonantes; donde miles de seres, escriben páginas con renglones torcidos, dentro de universos sin abrazos; dentro de mundos sin sonrisas; dentro de calles sin dirección; donde las cigüeñas sin rumbo, serían encarceladas; por eso, no desisten de estirar sus alas.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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