Recorro absorta en mi infancia, las viejas calles
de mi ciudad, que pertenecen a mis recuerdos; que vigilan mis sueños; que
acompañan mis sonrisas, donde vuelvo a ser aquella niña, a la que le gustaba
subirse en los zapatos de tacón, de su madre, de su abuela, para ser mayor;
aquella niña, que no quería ir al colegio, y se escondía en el armario de la
habitación de los abuelos; aquella niña, que corría ilusionada, por la calle,
de la fotografía, donde se encontraba una patatería, donde íbamos los días de
fiesta, a comprar cien gramos de patatas. Me asombraba el olor, de ese espacio,
entregado a las patatas, cubierto de cortezas, adornado con sabores prohibidos,
el resto de la semana, que me veía obligada a comer, carne, purés, sopas,
verduras, frutas, que no me gustaban, pero tragaba con la esperanza puesta en
saborear en unos días patatas fritas.
Ana Tapias( todos los derechos reservados(©
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