Los viernes por la tarde, las calles de Segovia, se llenan de adolescentes, que unen sus empeños, sus fuerzas, sus derroches de amabilidad, para olvidar, el duro trasiego de la semana. Enfundados en su otra personalidad, esa que vuela, sin padres protectores, ni profesores educadores; dan rienda suelta a su creatividad. Charlan, gritan, corren, como si la vida fuera suya. A su lado, pasan seres ya vividos, trasnochados, que los evitan, con sumo cuidado, para no contagiarse de su entusiasmo; pues a cierta edad, está mal, visto reír alocadamente; algunos psiquiatras suministran pastillas, para adormecer las sinergias soñadoras, que aún perduran en muchos adultos.
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