Voy a confesar, uno de mis secretos, mejor guardados, no me gustan las zapatillas de estar por casa, Se pegan a al pie desnudo, y parece que tienen que obedecerle a su antojo. A mi eso de obedecer, me fastidia. Camino, por casa, con zapatos; creo que a, Carmina, la vecina del primero, no la debe de gustar mucho. Me lo dijo en una ocasión; desde entonces a las seis de la mañana, adelanto los pies ceremoniosamente, para no alterar sus sueños. Mis zapatos, viven descolados, debajo del armario; en permanente tensión, por si son ellos los siguientes, en tener que soportar el duro trabajo, que es ir de acá para allá. Mis pies, siempre duros, ante las adversidades de la vida; tal vez, anhelen unas zapatillas esponjosas, que los abracen.
Ana Tapias
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