Escribo desde la foto que guardaba mi abuela, Encarna, de su hermano, Amador Heredero Sanz. Fallecido a los cuarenta años por un derrame cerebral, se había casado hacía unos meses. Lo imagino feliz, acompañado de sus dos amigos, dos desconocidos para mi memoria. Su mirada alegre, no hubiera adivinado su muerte prematura, su aciago destino, su voluntad anulada, sus destrezas enterradas. Su rostro me persigue en mis hermanas y en mis sobrinos; sus corazones laten con felicidad heredada; sus piernas pasean por sus mismas calles; sus pulmones vigilan que no se acerque el humo de su cigarrillo; su pensamiento encapsulado atraviesa la barrera del tiempo; su voz se diluye bajo las estrellas. El tío Amador es abrigo que nos salva del frio de la muerte.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)
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