En el invierno de 2017, nevó poco. Ya casi estábamos asustados de que no lo hiciera, así que lloramos nostalgia, recordando cuando eramos pequeños y nevaba copiosamente días y días, encerrándonos en casa sin poder ir al colegio. Una pena, sobre todo para mi, que odiaba el colegio. El otoño de 2017, harto de oír nuestras quejas, nos ha arrebatado los recuerdos, para inundarnos de nieve posada sobre cornisas, tejados, parques, avenidas, columpios, estatuas, carreteras, montañas, valles, ramas de árboles. Dejando helados a hombres, a mujeres sin hogar. Creando paisajes únicos, que hace un año fotografiaba con desvelo, cubierta de seis capas de ropa. He cambiado, me he vuelto prudente, no me apetece caerme. Cosa que es fácil que me ocurra, pues no llevo un buen calzado, y además soy patosa. Me conformo con asomarme a través de la ventana e imaginar que cada copo,es un muñeco de nieve que se deshace, que se pierde, que se exilia lentamente. Algunos niños, los resucitarán en el parque, otros los convertirán en bolas para desgarrarse unas cuantas sonrisas, que recordar de mayores.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)
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