Vivo en una ciudad, pequeña, donde todos
nos conocemos y nos reconocemos por las calles de una dirección, y más con la invención
de la redes sociales, ya nadie pasa desapercibido, todos somos alguien.
Observo y me observan con curiosidad de interrogatorio, esa que no se atreve a
saludar; que busca analizar cada comentario; que decide si eres
guapo o feo por tus palabras; que indaga en cada paso para entender
tu crítica ante su pensamiento. Antes las cosas se discutían en los atrios de
las iglesias, los bares; ahora en las redes sociales. En mi ciudad, el Ayuntamiento,
ha colocado una escultura ante la negativa de muchos de sus ciudadanos( entre
los que me incluyo), porqué menosprecia los sentimientos de los católicos;
porqué descuartiza el recuerdo de tantas generaciones que iban por esa calle a
sus colegios; porqué rompe la perspectiva de un enclave único en el mundo. El
ciudadano sujeto a sus problemas, a sus enfermedades crónicas, a sus recibos de
la luz, han optado por hacer lo que todos haríamos si estuviéramos de
acuerdo: una foto que inmortalice su tolerancia y colgarla con premura en Facebook. Los, grupos, políticos, bastante
tienen con pensar en los candidatos a mayo, como para encima decir nada en contra del concejal con el que comparte confidencias en las inauguraciones. La
prensa, no está para criticar a quienes son vecinos de sus primos; amantes de
leer sus columnas, compañeros de pista de pádel, anunciantes en sus columnas,
enchufes de segunda mano para cuando se queden sin luz. En mi ciudad, sólo unos pocos hemos alzado la
voz en contra de esta escultura, que es muy simpática, pero que no debería
estar ahí
Ana Tapias( todos los derechos reservados) ©
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