Nada permanece, ni tan siquiera el
estornudo, tal vez lo más efímero junto al segundo, que puede ser eterno si es
el último. Ese momento, antes de morir que nadie imagina y al que todos
llegaremos, es un instante donde nuestra vida quedará en un buen sueño o un mal
sueño, dependerá de la interpretación que hayamos sido capaces de darla.
Ese momento, antes de entregarnos al olvido eterno, cuando estemos aún besados
por el calor de la sangre, es el auténtico Dios, al que hemos de apaciguar,
cada día, con nuestros sacrificios de sobrevivir al dolor, al odio, a la
envidia, a la estupidez de los familiares, de los amigos, de los enemigos, de
los que nos gobiernan, de un mundo hecho a medida de otros.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)
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