Cada amanecer el silencio domina nuestras pupilas, entregadas
aún a las pesadillas, de las que nunca nos recuperamos del todo; a veces, incluso sufrimos estrés de la otra
vida, donde no somos dueños de nuestros cuerpos, ni palabras; adonde nos
dejamos llevar, por el cansancio de seres que nos vigilan continuamente;
por las malas contestaciones de extraños que nos controlan desde el horizonte;
por la manipulación de nuestros deseos; por la exagerada ambigüedad de
las sillas, que no son capaces nunca de acercarse a nuestros
pensamientos. Cada amanecer, la soledad, con o sin burbujas, de nuestros
cuerpos besa al nuevo día con desconcierto.
Ana Tapias( todos los derechos reservados()©
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