Ayer estuve en el tanatario con mi madre, había fallecido el hermano de un amigo de mis padres. 64 años, victíma del Alzheimer. No le había visto nunca. No sabía si mirarle o no, los muertos siempre me han dado miedo, tan blancos, tan quietos, tan ajenos, tan distantes a la realidad.
Mi madre da el pésame, la imito, habla con la gente, a veces, contribuyo con algunas palabras, otras busco al muerto. Sus labios están pegados, sus ojos encriptados, su cuerpo adobado con una sábana blanca.
Quiero llorar pero nadie lo hace, aguanto las conversaciones, giran sobre la ausencia de mi padre, ha viajado a Madrid a ayudar a una de mis hermanas, cuyo hijo está hospitalizado.
Salimos, quiero llorar, hablo en el coche, de los amigos de mis padres, que nos dejan a 15 minutos de casa. Hablo con mi madre en el camino. Llegamos a casa, al fin lloro mi muerte, la de mi familia, la de mis amigos, y , la de las flores, olor al que huele la vida.
Ana. M. Tapias. G
Eres una persona muy observadora y con una gran sensibilidad, me gusta como escribes.
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