jueves, 16 de junio de 2016

Alpargatas

Paseaba por la calle Ezequiel González, en mi ciudad, Segovia,  acaramelada a la lluvia, que amenazaba a mis huesos con dejarlos humedecidos. Las tiendas se agolpaban, unas tras otra, no me fijé en ellas, hasta que me llegó  el olor a Alpargatas; ese que inundaba, mi adolescencia, de verano, dejando atrás las clases de colegio, y a mis compañeras de clase; que se burlaban de mi, por ser más tímida que ellas. A mi lado, paso una de aquellas adolescentes.  Me refugié bajo mi capucha verde, asustada, tímida, insegura; como si aún pudiera hacerme daño. He deseado, a menudo, sobre todo cuando las pesadillas arreciaban por la noche, aún las tengo;  decirla   que nunca la voy a perdonar,  por las lágrimas y por los años, que me costó superar su acoso.
Nunca he contado, el calvario que padecí entre aquellos muros cerrados, lúgubres, dictadores, de las Madres Marías Concepcionistas, de Segovia. Alguna vez, que lo he intentado, la gente me mira extrañada, incrédula, pensando que la culpa era mía. Hasta mi propia hermana, que estaba en mi misma clase, repetí curso, no acaba de creerme. La vida, me ha juntado con otras exalumnas del colegio, en trabajos, en hospitales, que sin yo decir nada,  me han confesado lo mal que lo pasaron, por otras adolescentes como las que soporté.
Sufrir acoso escolar, ahora que las autoridades se lo toman en serio, necesita  de  la compresión, del cariño, del apoyo del entorno, y de  la ayuda de un psicólogo. Yo,  solo contaba con las alpargatas,  que pesaban como losas al caminar bajo la lluvia, que resbalaba de mis ojos.
Ana Tapias 

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