miércoles, 15 de junio de 2016

La educación de la mirada

Me gusta adivinar que esconden, que dicen, que no dicen, que anhelan, que roban las miradas. La más inocentes, la  de algunos mayores que  vuelven  a ser niños,  para reencontrarse con la ilusión. Las más crueles, las de los asesinos, que no dudan en matar para preservar el odio que llevan dentro.  Las  pasajeras, las de aquellos seres de ida y vuelta, esos que uno encuentra en la panadería, con una mochila al hombro, con cara de cansado y  con sonrisa agotada.  Las atrapadas,  las que se encuentran en medio de un jeroglífico personal, del cual no saben como salir, ni a quien pedir ayudar. Las agarrotadas, las de los que caminan con la boina ajustada,  para no despeinar sus lúgubres ideas. Las imposibles, las de aquellos encarcelados en sillas de ruedas, que sueñan con volar bajo la suela de los zapatos. Las soberbias, las de los funcionarios, ajustados a  una vida sin preocupaciones, sometidos a la rutina de ser felices, pues ellos si se pueden gastar dinero para permitírselo.  Las  derrotadas, las de aquellos que piden en las calles, sentados bajo la lluvia, a los que nadie escucha, a los que nadie interroga, por miedo a no saber qué decir.
Deberíamos  educar a la mirada, para que fuera amable, sincera, hermana,  de otras  miradas, que laten al lado de la nuestra.

Ana Tapias

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