viernes, 1 de junio de 2018

Gatos callejeros

Los gatos nunca me han gustado, deber ser por los que conocí de pequeña, en casa de mis abuelos, paternos, en un pueblo de Segovia. Los gatos pasaban hambre durante el día; a mis abuelos, no les sobraba mucha comida para regalársela. Cuando iban mis tíos y mi padre al pueblo, llevaban los restos, de comida, de la semana, para los perros que saltaban emocionados hacía los huesos. Merodeaban por la casa a su antojo, al sentarnos, a comer, en torno a la mesa, rodeaban nuestras piernas."Se tiran a por la comida" decía la abuela, con su voz curtida por el tiempo. Tenía que echarlos fuera, no era capaz de estar tranquila con ellos debajo de mis piernas. Desde entonces los gatos no me inspiran confianza, pero, me gusta fotografiarlos, no me acerco mucho, me puede el miedo. Caminaba por el entorno de la muralla de Segovia, vi un gato de espaldas, quise hacerle una fotografía, le llamé. Al girarse, observé su delgadez. Pensé en  que querría comerme. Me miró con ojos de rabia; con ausencia de delicadeza;  con agotamiento de hambre y de sed. Me dio pena, este gato, callejero:  aislado, sin hogar, contenido de miserias, sin ratas, ni ratones a los que agarrar su cuerpo; que vagaba sin destino, desnutrido, carente de sueños; absorto en una vida entregada a la supervivencia, alejado de las caricias, oculto de las comodidades de una casa con calefacción. Seguí caminando llorando y maullando a la vez.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©

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