Inmersos en nuestras propias
preocupaciones; en nuestros devenires interiores; en nuestros ajustes de ánimo,
es complicado mirar hacia los demás, pero, el día de Viernes Santo, mis pupilas
se fijaron en dos realidades diferentes, unidas por el dolor. La primera, fue
una pareja. Me llamó la atención, esa lágrima,esquiva,que corría por el rostro
de él, al ver a la virgen en la catedral. Giré mi cabeza, su mujer, llevaba un
pañuelo en la cabeza. La reconocí, se llama, Isabel, coincidimos en un curso del
INEM, hace muchos; ahora, tiene cáncer. La segunda, fue un matrimonio con su hija de
unos, doce años, en una silla de ruedas. Se puso a nuestro lado, para ver pasar
la procesión. La hicimos un hueco, para que pudiera formar parte de la vida
cotidiana. Desde su silla, sacó su móvil e intentó hacer fotos a los pasos; a
los capuchones; a la lluvia que caía del deseo de sus padres para que su hija
fuera feliz. Las dos realidades me emocionaron, me posaron junto a su lucha,
al lado del su no pereza por lograr la
victoria al paso del tiempo.
Ana Tapias( todos los derechos reservado)s ©
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