De pequeña me hacía ilusión ir a la feria, que se encontraba a las afueras de la ciudad, lugar inaccesible para ir caminando. Iba con los abuelos, agarrada de la mano que sabía volver a casa. Mi abuelo desmenuzaba la feria de su infancia, en la Plaza mayor de Segovia, donde los feriantes llegaban cada año con unas barcas en las que montaba. Ante mis ojos se abría un mundo, nuevo, de olores, sabores, emociones acarameladas a algodón dulce; a palomitas de colores; a churros recién hechos. Miraba con ojos de miedo la escoba, del hombre que se escondía en el tunel, del"Tren de la Bruja", sabía que podía ser una de sus víctimas.
Ayer caminaba por el recinto ferial, absorta en mi infancia, golpeándome en la ilusión la realidad. Ví unas mantas sobre el suelo, dos personas dormían; a unos metros un hombre y una mujer, de color, en una furgoneta caidos sobre el volante, parecían que estaban muertos. Eran vendedores ambulantes desfallecidos; cuyas vidas giran alrededor de los capríchos de niños, de adultos; sin mares que saltar; sin vallas que escalar; con comida caliente; con un techo bajo el que soñar.
Ayer caminaba por el recinto ferial, absorta en mi infancia, golpeándome en la ilusión la realidad. Ví unas mantas sobre el suelo, dos personas dormían; a unos metros un hombre y una mujer, de color, en una furgoneta caidos sobre el volante, parecían que estaban muertos. Eran vendedores ambulantes desfallecidos; cuyas vidas giran alrededor de los capríchos de niños, de adultos; sin mares que saltar; sin vallas que escalar; con comida caliente; con un techo bajo el que soñar.
Efectivamente, las ferias a todos nos traen gratos recuerdos de la infancia.
ResponderEliminarSi Paco, maravillosas manos a las que nos aferrábamos.
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