Ayer. acompañé a mi padre al oculista, la sala de espera estaba llena de pacientes que hablaban; de enfermeras que pasaban lista; de soldados con jeringilla que buscaban víctimas con las que ensañarse; de viejos combatientes que al llegar a los 70, años, perdian las fuerzas, y, las pocas que les quedaban, se rebelaban al leer la carta que los comunicaba que le subìan la pension 1 euro.
Enfrente ,mía, había una mujer sentada en una silla de ruedas: alta, gordita, pelo blanco, corto; gafas. Mi padre conocía a su marido, son de pueblos vecinos. Supe su drama. Hace un año murió su hijo con 41 años, la dio un infarto a los poco meses. Me fijé en cómo miraba a una señora situada a mi derecha, sentada en una silla de ruedas: bajita, las piernas vendadas, con falda; sin gafas.
Nunca se conoceran, sufren, eso las ha unido en un diálogo mudo de dolor; eso las ha unido en una silla de penas encriptadas que no logré descifrar.
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