Paso las mañanas con mis sobrinos en un parque de Madrid. Juegan con el cubo, con la pala, que es un anticipo de sus vacaciones. Observo a la gente: unos permanecen sentados en bancos; otros de pie; procuran mirar a los niños, de los que están cansados; en cuando pueden alejan sus ojos de ellos, para buscar la felicidad en el móvil. A él, llegan palabras e imágenes, que se instalan en sus cuerpos, agotados de las fronteras de la rutina, que vadean leyendo otras realidades.
En la zona alejada de los columpios, los perros, corren, ladran, son libres de la correa que los conmina a ser fieles a un mismo amo de por vida.
En lo más profundo del parque, residen los sin techo, a veces se dejan ver. A la fuente de cuatro chorros, llega un hombre, se desnuda por partes, para no llamar la atención. Necesita asesarse para seguir caminando con su casa a cuestas; una bolsa de mano ligera.
Me dirijo a la fuente, con mi sobrino pequeño, a llenar la botella de agua. El hombre se aleja al acercarnos, mi sobrino ha visto lo qué hacía. Volvemos a los columpios, donde su hermano, mayor, juega con la arena. Mi sobrino, pequeño, grita " He visto a un hombre meando en la calle". Nadie le escucha, la vida es ya es demasiado difícil como para encima tener que hacerse cargo de la de los demás.
Me dirijo a la fuente, con mi sobrino pequeño, a llenar la botella de agua. El hombre se aleja al acercarnos, mi sobrino ha visto lo qué hacía. Volvemos a los columpios, donde su hermano, mayor, juega con la arena. Mi sobrino, pequeño, grita " He visto a un hombre meando en la calle". Nadie le escucha, la vida es ya es demasiado difícil como para encima tener que hacerse cargo de la de los demás.
Ana M. Tapias Garcia.
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