Los sentimientos vuelan por las calles, gracias a la radio, para llegar al corazón, donde viven acompasados al murmullo del silencio, que los acompañan en su latído hasta perecer en él. La radio forma parte de mis recuerdos: llegaba del colegio y encontraba a mi madre, y a mi abuela, escuchando la radio-novela, absolutamente ensimismadas, con los oidos encogidos, absortos en voces ajenas a la realidad.
En Lima(Perú) hace 30 años nació Radio Filarmonía, entregada a difundir la música clásica a seres con corcheas en blanco y negro, a las que dieron color; dispuesta a hacer bailar a pies agotados tras la dura, vacía, somnolienta jornada laboral; subyugada a acompañar saltándose la distancia del anonimato.
Hoy, Radio Filarmonía llora como si fuera una amapola por sobrevivir al chaparrón de la crisis, que la aparta de las manos que la sintonizan; que la aleja de los hombres, de las mujeres, de los niños, que la abrazan, que la acarician, que la susurran en soledad.
Radio Filarmonía ha de continuar amando al viento.
En Lima(Perú) hace 30 años nació Radio Filarmonía, entregada a difundir la música clásica a seres con corcheas en blanco y negro, a las que dieron color; dispuesta a hacer bailar a pies agotados tras la dura, vacía, somnolienta jornada laboral; subyugada a acompañar saltándose la distancia del anonimato.
Hoy, Radio Filarmonía llora como si fuera una amapola por sobrevivir al chaparrón de la crisis, que la aparta de las manos que la sintonizan; que la aleja de los hombres, de las mujeres, de los niños, que la abrazan, que la acarician, que la susurran en soledad.
Radio Filarmonía ha de continuar amando al viento.
A Carlos de la Vega-Romero por regalarme notas musicales.
Ana Tapias
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