No sabemos de dónde vienen los cubiertos, ni de quién han evolucionado; por eso, tal vez, no los bauticemos, y los tratemos como cosas, a las que no amamos, a las que olvidamos con la rapidez del susurro; por eso, tal vez, no nos tomemos la molestia de ser sus amigos, de conquistarlos con nuestras sonrisas, de escucharlos cuando lloran; por esto, tal vez, no sepamos dónde son enterrados, ni si alguien los recordará. Los cubiertos no entran en el destino, sobreviven ajenos a su presencia
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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