Iba deprisa, al encuentro con una amiga y
un amigo. Me sentía culpable, por no haber ido a verlos antes, eran voluntarios
en una carrera deportiva. Por la calle, apareció un coche patrulla, de la policía
nacional. El coche paró al lado del
Palacio de Justicia, me intrigaba quién iba dentro, aminoré mis pasos. Del coche
salió, un hombre esposado. Era la primera vez, que veía un delincuente, de carne
y hueso, tan cerca. Dos policías custodiaban al hombre, que parecía pequeño a su
lado. Perseguí sus movimientos. Mi timidez, saltó su primera norma: no mirar a
los ojos. Nuestras miradas se cruzaron por unos segundos. Sentí que le conocía,
que le había visto en alguna calle de nuestra pequeña ciudad; que había pensado que era
agradable, simpático, buena persona. Uno de los policías, llevaba su expediente
en las manos, entraron en el Palacio, donde un juez lo dejaría en libertad, o
lo mandaría a la cárcel¿ Qué habría hecho? Me pregunté, mientras acudía a la
cita con mis amigos quienes me dieron platón.
Ana Tapias( todos los derechos reservados) ©
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