Mi soledad, mi estrés de afectos en el
mundo real, donde nadie me escucha; donde todos me cuentan sus problemas, y
apenas se paran en los míos, que existen, pero que optado por llorarlos delante
del espejo cada amanecer, y olvidarlos pronto. Mi tristeza no pasa
desapercibida para mis abuelos, maternos(quienes murieron hace muchos años,
sobre todo mi abuelo, Leoncio, que se fue en una madrugada del 12 de enero de
1987) Vienen a mi encuentro, algunas noches, estoy con los ojos cerrados,
tumbada sobre la cama, no puedo moverme, pero he hacerlo, tengo que
llegar a la otra realidad, de la que desconozco sus fronteras, sus abecedarios,
sus utopías, sus desvergüenzas. Parecen bebés, son pequeños, así podré
abrazarlos mejor desde mi inmovilidad. Leoncio, está moreno, con una
camiseta roja, que le da un aire juvenil. Encarna, está blanca, con una cara
cargada de vida. Beso a mi abuelo. Abrazo a mi abuela, no el suelto de mis
brazos. Son unos segundos en otro espacio que habita en mi almohada. Mi
soledad, se desfigura, recibe calor, se fusiona con su amor. Vuelvo a la
realidad que desoirá mis lamentos, sonrió, puedo con mi soledad.
Con todo mi amor a mis abuelos maternos:
Encarna y Leoncio.
Ana María Tapias García©
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