Le vi, hace veintiocho años. Supe que siempre le adoraría en la intimidad de mi silencio. Alto, moreno, ojos azules, voz potente. Estaba felizmente casado. El destino, hace más de quince años, me llevó a sentarme a su lado, en el Cine de Verano, ni se dio cuenta de mi presencia. Yo fui feliz. Siempre me le encuentro con su mujer; hacen buena pareja. Ella es muy guapa, la envidio sin maldad. Ayer, sali a caminar, con mis mallas negras ajustadas, pero antes, debía ir a fotocopiar la Ley del Procedimiento Administrativo Común, que ha cambiado. Entré sin fijarme, quién era el hombre que estaba delante mía. Casi me desmayo al verle. Intenté disimular, saqué el USB, de mi bolso. Se lo acerqué al empleado con torpeza. Mi gran amor, al que había sido fiel con algún que otro altibajo, me miraba, silbaba, me miraba, silbaba. La inquietud me invadía. Soy una charlatana empedernida, me pudo la timidez, no acerté a decir nada, tan solo a responder a las preguntas del empleado. Pidió otra copia, me revolví en mi cuerpo, que era el suyo, desde hace tantos años, que había perdido la cuenta de las casas, de los viajes, de los hijos, que tuvimos. No he tenido suerte en el amor, y ya no sé si la tendré, pero al menos mi gran amor platónico se fijó en mi, y eso ya merece una vida de espera.
Ana Tapias.
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