sábado, 6 de agosto de 2016

Pesadilla.

Mi cuerpo se siente encadenado a la realidad que vivo, pero en mis pesadillas tampoco soy feliz.
 Discutía con mi madre en la oficina, que bien podía ser mi jefa; mis compañeros me ignoraban. Ni tan siquiera, me explicaban dónde podía pedir una goma para borrar, cuando me equivocaba. Salía de la oficina, al ir a recoger mi abrigo, el perchero estaba muy alto; un señor me decía que observara el suelo, había bichos parecidos a los gusanos; no me gusta matar bichos. El ascensor, se paraba en mi planta, no cabía, le dejaba seguir. Bajaba las escaleras, en una planta más abajo;  me encontraba a mi amiga, Puri, que iba a un concierto; no me preguntaba si quería ir con ella. La veía cómo atravesaba varias salas y se sentaba en primera fila. Me sentía frustrada, idiota, por no ser tan valiente como ella y hacerlo.
 La angustia me ha despertado, he mirado a mi alrededor: mis muñecos de niña, aún los conservo, fueron un regalo de mis abuelos, sonreían. " Es fácil sonreír en un mundo de plástico, sin presiones, sin dudas, sin gente que te hace sentir encarcelada" he pensado.
Ana Tapias


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