Las bombas caen un dia si, otro también, sobre Alepo. Matan, hieren, a aquellos que se encuentran en su trayectoria. Omran, tiene cinco años; alguien lo ha sentado, cubierto de polvo, ensangrentado, en una ambulancia. Lleva su mano a la frente, se toca, tiene sangre. La Guerra es su rutina desde que nació, y como él muchos niños sirios. Los estrategas que ejecutan esta masacre, deberían replantearse la metástasis de dolor que están causando. La sonrisa ha de ser desenterrada en Siria, para que los niños no sean analfabetos de jugar en las calles.
Ana Tapias
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