Caminaba como todos los domingos, ajena a casi todo, me encontré la Via Roma cortada, pensé que había una carrera, tal vez la Vuelta ciclista a España. Miraba la carretera vacia, era extraño, la ausencia, la soledad, me congelaba la sangre. Había mucha gente y un policía local arremolinados entorno a la "Asociación de Vecinos" de San Lorenzo; a las nueve y cuarto de la mañana no podía haber ningún acto cultural. A unos pasos, había más policías nacionales, locales y bomberos. Pregunté a un vecino " Una explosión de gas en la Calle Coca". No me fijé en nada más, el dolor me invadió, seguí caminando incrédula ante la tragedia. Un padre arropaba a un niño contra su pecho, era uno de los afectados por la explosión. Lloraba, caminaba, sin ganas, con la necesidad de gritar. Me di la vuelta, me situé enfrente del edificio: los bomberos tiraban un balcón en un primer piso, los otros dos estaban negros. Olía a quemado, el olor me perseguía, llegaron los psicólogos. Empecé a correr, a huir del lugar, necesitaba llegar a casa, contárselo a alguien, asegurarme de que mi dolor era entendido.
A las victimas.
Ana Tapias
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