¿Cómo incardinar mi cuerpo al paisaje? Esa pregunta atormentaba mis pasos domingueros, que huían de la rutina semanal en busca del paraíso perdido, ese que ni Ende se hubiera atrevido a escribir, por miedo a equivocarse, pues cada uno soñamos con el nuestro. Fotografiaba el incipiente otoño, que acaricia calles, que nieva parques por las noche, que sucumbe a los jardineros; cuando vi mi sombra reflejada en el campo amarillo. Carecía de esqueleto, de huesos, músculos. Me sentí libre de las cadenas del asfalto; volé hacia la naturaleza sin mi mochila, sin mis llaves, sin mi móvil. Abracé la hierba, me camufle en su silencio, ahí sigo hasta que mañana suene el despertador.
Ana Tapias
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