A las siete y media de la mañana, había dos compañeras en el sala donde trabajamos. Al verme entrar, una de ellas, cuyo nombre no quiero recordar, hizo el sonido de que se callarán. Hablaban de mi, decían cosas que podían restar mis emociones: dejarlas desnudas, vacías, carentes de sentido. Caminé con la poca entereza que me quedaba; fui a mi sitio, encendí el PC. Mis lágrimas invisibles resbalaban por mi mesa, por mi silla, por mi esperanza de sentirme querida. Tecleé Bocyl en el Google, luego Boe; leí los anuncios, no me interesaban. Fui al baño sin prisa, nadie me esperaba en mi puesto. Regresé lentamente, con cautela; mi silueta apareció ante ellas, palidecieron sus palabras de nuevo. Más silencios enmascarados, que ocultaban lo que no me dicen, lo que callan, lo que desdicen sus sonrisas. Sus voces apagadas, se convirtieron en gigantes que giraban y giraban, a lo largo de la mañana; que me golpeaban una y otra vez;que me tiraban al suelo. Esperé a que don Quijote me rescatará, pero, debía estar en otro Centro de trabajo.
Ana Tapias
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