viernes, 7 de octubre de 2016

No hay otoño

Caminaba con los potentes rayos de sol sobre mi piel; miré, al lado del derecho de la carretera, se escondía un jardín de hojas secas. No había visto tantas hojas en todo lo que llevamos de Octubre. Pensé que no había otoño;  que sería romántico dejarse cubrir por las hojas que caían de los árboles. Seguí mi camino envuelta en la nostalgia;  encontré  una hoja, atrapada, en una verga metálica;  la podía haber cogido, para guardarla, pero no quise ser incubadora de hojas;  la dejé en manos de su destino. Adormecida por el frio soñado, frotaba mis manos, mis pies ateridos no resucitaban, por mi boca salía humo. En la Calle Real, un olor me acercó a mis otoños de niña; donde la ilusión decidía el rumbo de mis pasos. La castañera, un ser extraño, aparecía cobijada bajo un moño; sus manos grandes, negras, azuzaban  el mango de unas tenazas en un sartén, las castañas debían estar fritas por todos sus lados. Pedía a mi abuelo, Leoncio, que me comprará castañas. Mi abuelo, pagaba  cincuenta pesetas por doce.  Despegaba la cascara, que se deslizaba hacia el suelo. Mi nariz cambiaba de color, mi cuerpo bailaba, mis dedos salían de dentro de mis bolsillos.  ¡ Eran otros octubres!
Ana Tapias

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