Hasta que no haga un acto de fe, me
declaro agnóstica de todas la religiones. Fui bautizada para lavar mi pecado
original como católica. Mi penitencia fue ir a un colegio de monjas de
Segovia, de cuyo nombre no quiero acordarme. Eran clasistas y torturadoras.
Nunca olvidaré, las bofetadas de sor Felicitas, y, sor Matilde; las dos,
tendrían que estar en la cárcel por maltrato infantil, si fueran juzgadas
ahora. Fui pasando, de curso a curso, gracias a muchos rosarios, misas y horas
de estudio. En mi colegio, solo había un cura que daba misas, clase de religión,
de filosofía, y de latín. Un hombre mayor, intolerante, y austero. El único beso, que tuve que dar a un cura, fue
a don Eufrasio, el cura de mi parroquia, y sólo puse la cara con asco( que una
de mis hermanas, siempre se reía de mi, por esa cara) Ese fue mi trato con la
iglesia en mis años escolares, pero, leo
testimonios de miles de niños que sufrieron abusos de curas. Aquellos niños, se vieron sumidos en la
sexualidad enferma, crispada, mal entendida, de quienes se proclamaban
salvadores de sus almas. Esos hombres, que se entregaron a la castidad, voluntariamente, deben ser juzgados, y, estoy de acuerdo con el gobierno, en que
no prescriban los delitos. Aquellos niños, hoy adultos, tuvieron que sobrevivir
al abuso que sufrieron, y no debió ser fácil, pues la culpabilidad es un
estigma que la iglesia ha inculcado a generaciones y generaciones, que no
fueron libres para crear su destino. La iglesia, esa iglesia, que reza al alba,
ha de hacer examen de conciencia y pedir perdón por esos pecados que ellos
perdonaban.
Ana Tapias( todos los derechos reservados) ©
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