Para mí, el Valle de los caídos, es una
imagen vaga de una excursión con el colegio de monjas a los nueve años en 1979. Siempre
que vuelvo de Madrid a Segovia(sino voy dormida) me encuentro con la cruz, que
se alza como si fuera un coloso de las cruzadas frente a las rebeldes,
aguerridas, luchadoras montañas, que cobijan a los caídos de una guerra, que
pocos recuerdan. En mi familia, como en la mayoría de las familias, según
en la zona donde estuvieran, se vieron obligadas a lucha en un bando u otro.
Conocí pequeñas versiones de los sublevados y de los republicanos, pues nunca
se hablaba de esas cosas en las comidas. Ningún bando, me hizo odiar
al otro; por lo tanto, crecí ajena a la pena, al dolor, al sufrimiento de
los que fueron fusilados. Exceptuando, a uno de mis tíos abuelos, que fue
condenado a muerte, pero acabaron por conmutarle la pena. Su vida, fue la
del perdedor, la del mal español, la del traidor; fue desposeído de todos
sus derechos, pero no de su dignidad, pues defendió la legalidad; como alguna
vez, le oí contar en voz baja a sus casi cien años, llegó hasta los 105. Mi tío
nunca perdonó a quienes le habían arruinado la existencia; pues
sobrevivió, gracias al trabajo como planchadora de su mujer y a la ayuda de sus
hermanos. Por eso, no me parece adecuado
la batalla soterrada que se ha iniciado por la exhumación del dictador.
Asunto, que deberían solucionarlo en la intimidad de los despachos; puesto que, muchas
familias, llevan impreso su dolor en su ADN. No es bueno, desenterrarlo y volverlo a enterrar en los
telediarios; ni ser una victoria frente al pasado. Los
españoles, no podemos luchar de nuevo en la guerra. Hemos de construir un
presente donde los dos bandos, ya, diluidos en la memoria de héroes, de
heroínas, a los que nunca escucharemos su verdad; se abracen como
hermanos que fueron, no como enemigos de trincheras erosionadas por la lluvia.
Ana Tapias(todos los derechos reservados)©
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