Los animales. callejeros, sufren su propio
confinamiento dentro de las cárceles del abandono de una sociedad, que siempre está
cubierta de mascarillas para ellos; que los observa desde la distancia,
para no contagiarse de sus virus, pues no están vacunados, ni siguen
dictados veterinarios. Recuerdo a un perrito, pequeño, que un día me siguió,
hasta la calle más céntrica de mi ciudad, y que fue reconocido como un perro
sin dueño, alguien llamó a la policía local, para que recogiera al perrito y no
contaminara al resto. Ignoro si, el perrito. habrá sido sacrificado o adoptado,
Los animales que no viven con las comodidades, regaladas, por un dueño
generoso, han de enfrentarse al sufrimiento de su supervivencia en un medio
hostil, como es la calle, llena de peligros: coches, motos y los humanos
quienes, a veces, los envenenan sin pudor; pues no quieren la suciedad de su
presencia en el entorno de sus límpidos, cristalinos, claros, hogares, donde el
confinamiento es contemplar detrás de los cristales, nunca enfrentarse con la cruda
realidad de dormir al raso.
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