Hace dos meses, que nos confinaron en nuestras
casas, para librarnos del virus, asesino, dictador, torturador, que sigue vivo
en quienes tienen, la mala fortuna, de que los avasalle como si fuera un señor
feudal sin piedad, ni comisuras de libertad. El diezmo a pagar, tras salvarse,
son las secuelas de por vida. Los afortunados que no lo han tenido, presumen de ser negativos en test, irrelevantes, pues si no han salido, pues si no han estado en contacto con
gente que tenía el virus, es improbable que lo hayan pasado. Los contagiados, esperamos cargados de angustia a ser negativos. No tenemos de que
presumir; ni de que alardear, pues el dolor, de haberlo pasado, nunca se irá ni
de nuestros cuerpos, que ya nunca volverán a ser los mismos; ni de nuestras memorias,
que siempre recordaran la fiebre, que se convertía, en agonía, ante un termómetro
que nunca bajaba, y el gobierno nos impone fases de escalada; nos invita a no dejarnos llevar por los
abrazos; a perseguir a quienes no
cumplan el estado de alarma, que nos vigila, mientras nosotros callamos dentro
de nuestras mascarillas.
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